jueves, 17 de diciembre de 2009

Gloria y Excelsis Deo - Dos tablas de Navidad en Castrogonzalo


En las catorce tablas  que se conservan actualmente en el retablo de Castrogonzalo podemos distinguir al menos dos ciclos temáticos que facilitan su lectura iconográfica. El primer ciclo tiene por tema principal aspectos diversos de la vida de la Virgen y la infancia de Cristo, mientras que el segundo se ocupa de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. El primer asunto se desarrollo en el primer cuerpo y las dos tablas del lado izquierdo del segundo. Comprende: El Nacimiento de la Virgen, La Anunciación, La Visitación, La Natividad, La Adoración de los Magos y La Presentación en el Templo. No ocuparemos a continuación del estudio iconográfico y compositivo de las dos tablas de tema más estrictamente navideño: La Natividad y La Adoración de los Magos.

1. La Natividad

Lucas es el único de los evangelistas que proporciona un relato completo y coherente de las circunstancias que rodean el nacimiento de Jesús. Pero nuestra tabla no recoge el momento concreto del nacimiento, sino la posterior adoración por sus progenitores, siguiendo la tradición de otros relatos no integrados en el corpus bíblico como los Evangelios Apócrifos y las Revelaciones de Santa Brígida. En esta última obra se señala que tras dar a luz María "flexis genibus", e inclinando la cabeza, con la manos juntas adoró al niño diciendo: "Bene Veneris, Deus meus, Dominus meus, Filius meus".


La escena representada en la tabla se ajusta fielmente a esta descripción, aunque incorporando otros detalles comunes a la iconografía al uso. Las figuras centrales son San José a la izquierda, caracterizado como un apacible anciano de barba cana con la cayada entre sus manos, la Virgen, arrodillada y con las manos juntas, y el Niño en el pesebre. Sirven de acompañamiento el asno y el buey, representados parcialmente para no restar protagonismo a la Sagrada Familia. Se mantiene aquí la divergente actitud tradicional de los dos animales: el buey con la cabeza inclinada hacia el niño en actitud de devota adoración, simbolizando a la Iglesia, y el asno, símbolo del pueblo judío, apartado y en ademán más indecoroso. Junto a esta escena principal coexiste otra en un segundo plano, teóricamente paralela, como es El Anuncio a los pastores, que sirve a la vez de fondo paisajístico para la tabla.

Un ángel portando filacterias se aparece a un pastor que cuida su rebaño en un paisaje montañoso convencional. Otros dos pastores se asoman tímidamente a la escena principal, estableciéndose así un nexo conceptual entre ambos ambientes. Uno de ellos tiene las manos juntas en actitud de adoración, el otro, menos reverente, simplemente observa con aire curioso los acontecimientos. Este último personaje está calcando a otro prácticamente idéntico existente en la tabla homónima de Santo Tomás Cantuariense de Toro, obra de Juan de Borgoña II.
El niño, centro de toda la composición, es presentado tendido sobre un improvisado lecho. Es la representación tradicional del pesebre, formado por varios sillares perfectamente escuadrados y unas pajas, recurso este que alude a la Piedra Angular o fundamento de la Iglesia. Junto al recién nacido se encuentran dos ángeles ápteros. En cambio, los tres ángeles que revolotean sobre el pesebre desplegando filacterias sí son alados. Los rasgos de todos ellos, de mofletes resaltados y piel sonrosada están ajustados al canon de belleza infantil del siglo XVI. Se trata este de un recurso narrativo muy presente en la Escuela de Toro, que aporta a las escenas una nota tierna y entrañable.

La arquitectura en ruinas sirve para recrear un marco espacial de connotaciones legendarias. Responde, en todo caso, a modelos muy difundidos por la pintura flamenca. Parece que el objetivo principal de autor al componer la escena ha sido establecer un contraste entre la humildad y la pobreza de los personajes frente a esa arquitectura grandiosa, pero en una ruina decadente. En esta ambientación tan peculiar destacan, por el estudio de las calidades y los brillos, esas dos columnas abalaustradas doradas, réplicas de las talladas en el retablo, que sirven además de delimitación física a las tres figuras principales. La sensación de profundidad de todo el panel se consigue mediante la conjunción de estos elementos con la superposición de diversos planos escénicos.

2. La adoración de los Magos
 
La representación de los magos en número de tres y con edades diferentes, correspondientes de hecho a las tres edades de la vida: juventud, madurez y ancianidad, tiene un origen muy antiguo, que se remonta tradicionalmente a un texto atribuido a Beda. Esta misma fuente explica el significado de los dones tradicionales: el oro, por la realeza, el incienso por la divinidad; y la mirra por la humanidad. Los nombres de Gaspar, Melchor y Baltasar aparecen en el siglo IX en el Liber Pontificalis de Rávena. No obstante, las fuentes de inspiración utilizadas por los artistas para reflejar el acontecimiento son muy diversas, remontándose incluso al arte imperial y bizantino, pues en el Nuevo Testamento solamente el evangelio de Mateo recoge en unas breves líneas el acontecimiento:



“Al ver la estrella experimentaron una grandísima alegría. Entraron en la casa, y vieron al niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron; abrieron sus tesoros y le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Luego, habiendo sido avisados en sueños que no volvieran a Herodes, regresaron a su país por otro camino”.

En nuestra tabla el autor no ha hecho uso del recurso frecuente de recrear escenas paralelas directamente relacionadas, como por ejemplo visiones del viaje de la comitiva. El planteamiento responde a una composición bastante simplificada. Los tres magos aparecen a la izquierda, ricamente ataviados, ofreciendo sus presentes a la Virgen. Sus rasgos responden no sólo a las tres edades sino que también se intenta establecer una diferenciación étnica en alusión a las tres partes del mundo; de hecho los Magos fueron adoptados como patronos por viajeros y peregrinos.


El más anciano se arrodilla ante el niño en actitud respetuosa de oración, mientras que los otros dos, más dinámicos, avanzan con gesto solemne hacia el pesebre portando sus ofrendas. La figura de San José es la gran ausente de la composición, siguiendo así una tradición muy cultivada en la iconografía cristiana. En otras representaciones aparece en un segundo plano o bien lo encontramos dormitando, como ocurre en la portada sur de la iglesia de San Juan del Mercado de Benavente.
María aparece sentada con el niño en su regazo. Agradece con su mano derecha los obsequios recibidos y sujeta delicadamente con la izquierda al pequeño, envuelto en pañales. La estrella de Belén preside la escena, pero apenas es destacada en la composición.

En otro orden de cosas, merece destacarse el detalle con el que el autor se recrea en los recipientes destinados a contener los presentes: el oro, el incienso y la mirra. Dos copas y un cofre, todos ellos de oro, remarcando el noble origen de los donantes y el simbolismo de los presentes. También demostró el autor su particular dominio técnico en el estudio de los ropajes, de sus pliegues, sus brillos y sombras, y los contrastes cromáticos, aspectos igualmente observables en otras tablas de este retablo.
La ambientación es fría e impersonal. Solamente las figuras del buey y el asno recuerdan vagamente el ambiente del establo descritoen los Evangelios, pues tanto el pilar central como el basamento que sirve de asiento a María remiten a una arquitectura renacentista en ruinas. El paisaje de fondo se ha simplificado notablemente en esta ocasión mediante la representación de un paraje montañoso y un cielo convencional con nubes ajustadas a líneas horizontales.
Imágenes del retablo de Castrogonzalo [Mediados del siglo XVI]: 1. Tabla de la Natividad; 2. Detalle de la tabla de la Natividad; 3. Detalle de la tabla de la Natividad; 4. Tabla de la adoración de los Magos; 5. Detalle de la tabla de la Adoración de los Magos y 6. Detalle de la tabla de la Adoración de los Magos [Fotos Rafael González].

lunes, 12 de octubre de 2009

¡Hasta las ruinas perecieron! - La iglesia de Santo Tomás de Castrogonzalo

En uno de los pasajes más célebres de la Farsalia cuenta Lucano el asombro de Julio César durante su visita al sitio donde había estado la sojuzgada, y luego destruida, ciudad de Troya. El gran poeta hispanorromano, cordobés para más señas, hace exclamar a César: "etiam periere ruinae", ¡hasta las ruinas han perecido! Hoy se hace uso de esta máxima para expresar una desolación total, muy apropiada para el caso sangrante que nos ocupa, que aunque ocurrido ya hace años, sus ecos no deberían apagarse nunca.
La existencia de dos parroquias en Castrogonzalo y, por consiguiente, de dos barrios diferenciados con personalidad propia -el de Arriba y el de Abajo-, es un aspecto indisolublemente ligado a la historia de una localidad cuyos orígenes remiten al proceso de colonización altomedieval.
Ya desde 1157 contamos con referencias que revelan la existencia de templos en la villa dependientes de la mitra astorgana, aunque sin poder precisar su número. En esta fecha la infanta doña Elvira, hija de Alfonso VI, donaba a la catedral de Astorga sus posesiones y derechos en todas sus iglesias de la diócesis, mencionando las villas de Bretó, Castropepe, Castrogonzalo, Lagunadalga, Saludes, Maire, y las situadas en Sanabria, en Ribera y en el Bierzo.

Algunos años más tarde, concretamente en 1225, Alfonso IX concedía al monasterio de Arbás cuantos derechos le pertenecían en las dos iglesias de Castrogonzalo. En principio, nada podemos saber sobre la advocación de cada una de ellas en esta época, pero dada la permanencia en el tiempo de estas denominaciones en la mayor parte de las poblaciones leonesas, podemos suponer, con un margen razonable de error, su identificación con las tradicionales: Santo Tomás y San Miguel. Pero tendremos que esperar hasta el año 1361 para encontrar una mención expresa a la iglesia de Santo Tomás. En este año una escritura de donación de unos vecinos de Castrogonzalo al monasterio de Santa Clara de Benavente situaba unas tierras junto a viñas pertenecientes a esta parroquia.
Ante la ausencia material del objeto de estudio, derribado hace ya algunos años, para reconstruir siquiera someramente las características arquitectónicas del templo es preciso analizar algunas fotografías disponibles y remitirse a los testimonios de los escasos autores que se han ocupado de describirlo.

Así el corresponsal de Madoz la define a mediados del siglo XIX como un edificio "del orden gótico; sus paredes y torre de piedra de cantería y las bóvedas de ladrillo por arista; tiene una sola nave con 150 pies geométricos de largo, 110 de ancho y 62 de altura hasta la bóveda; cuenta cinco altares que nada ofrecen de particular, y celebra dos festividades, una el 21 de diciembre y otra el 16 de agosto en conmemoración de San Roque, patrono del pueblo". Resulta sorprendente que el retablo no llamara la más mínima atención de este autor. Por su parte, Gómez Moreno apenas se ocupa de ella, centrándose únicamente en las tablas. Solamente sentencia que "es moderna y en forma de cruz". En la misma línea David de las Heras la cataloga como de "estilo renacimiento", sin que especifique el significado concreto de este calificativo.
Del análisis de las mencionadas fotografías recopiladas se deduce que aunque la planta y estructura general del templo puede responder, efectivamente, al siglo XVI, durante el siglo XVIII se acometieron importantes reformas que le dieron su aspecto final. Sabemos por una breve anotación recogida en los libros de fábrica, y citada por José Muñoz Miñambres, que en 1798 se construyó la capilla mayor y el crucero.
El templo tenía una nave única en forma de cruz, cabecera y brazos rectos, y espadaña a los pies. Su fábrica, fruto de diversas fases constructivas, alternaba el tapial, el ladrillo y la sillería. La cubierta era a dos aguas sobre armazón de madera. El crucero se cubría con cúpula semiesférica de factura simple y la nave con bóveda de medio punto con lunetos. La edificación tuvo problemas tradicionalmente por su endeble cimentación y la mala calidad del terreno. El cuerpo inferior de la espadaña fue reparado y reforzado en diversas ocasiones, y a mediados de los años setenta se adosó una galería cubierta al muro sur con la intención de contrarrestar los empujes de la nave.
En cualquier caso, existió en este mismo emplazamiento otro templo anterior de época medieval, sin poder precisar más detalles sobre su factura y cronología. Testimonio de ello es una estela discoidea de carácter funerario reaprovechada en la cimentación y recuperada durante los trabajos de desescombro, fechada según en torno a los siglos XII-XIII. En este momento debe inscribirse también un gran Cristo crucificado de factura románica, en madera policromada, probablemente del siglo XIII.
Durante el siglo XVII hay constancia de varios pagos para la realización de obras artísticas de diversa naturaleza. En esta época en el templo había al menos tres capillas: la de la Natividad de Nuestra Señora, la de San Martín y la de San Juan Bautista. De esta última debe proceder una meritoria imagen del santo que preside actualmente la calle central del retablo. En 1604 se ordena "que se pinte en la Iglesia Parroquial en el paño frontero a la puerta principal, una figura de San Cristóbal muy grande, conforme muestra estar pintada ya". La anterior, probablemente del siglo XVI, debía estar en la línea del gran fresco existente en el lado sur del crucero de la iglesia de Santa María del Azogue de Benavente, o a los de la Catedral de León y la Colegiata de Toro.

Hay también menciones de diferentes intervenciones en la capilla mayor, pero no se especifica hasta que punto el retablo se vio involucrado en alguna de ellas. Así, sabemos que en 1640 se limpió el altar mayor o que por estos años doró la caja del Santísimo.
Al margen de estas obras, el templo atravesó un momento particularmente delicado, con graves consecuencias para el retablo, en los días inmediatos al 29 de diciembre de 1808, cuando las tropas francesas ocuparon el pueblo y utilizaron la iglesia como establo para sus caballerías. Los acontecimientos se inscriben en la ofensiva de Napoleón en el invierno de ese mismo año contra el ejército británico de Moore, que se replegaba en dirección a La Coruña. Según el elocuente testimonio de su cura párroco, Isidro González Feliz, los franceses irrumpieron en la iglesia e hicieron varias hogueras en su interior: "destrozaron las puertas del Sagrario y alguna otra pieza de retablos, sin dejar en salvo los cajones de la sacristía y el archivo de papeles [...] Últimamente se perdieron dos cálices de plata, un incensario, dos vinajeras con su platillos y las olieras de dicha especie, lo restante que dejaron fue por haberlo custodiado en sitio secreto que los demás. Como el fuego y el humo eran fuertes destrozaron las vidrieras para que saliera desluciendo las bóvedas". La ausencia hoy de las puertas del sagrario, muy probablemente decoradas con relieves en madera policromada como el resto de la obras, es fiel testigo de estos acontecimientos.
El comienzo del final de la pequeña historia de esta iglesia, no exenta de su correspondiente polémica, debe situarse a principios de los años ochenta, momento en el que el progresivo deterioro del templo comenzó a sembrar la inquietud entre los vecinos, conscientes de las posibles consecuencias negativas para la conservación del retablo. Los pormenores de esta “crónica de una muerte anunciada” invitan a hacer una reflexión, una vez más, sobre la precaria situación en la que todavía hoy se encuentra el patrimonio histórico-artístico de buena parte de los núcleos rurales de Castilla y León.

Desgraciadamente, tan negros augurios formulados por vecinos y parroquianos tuvieron su confirmación punto por punto en los meses siguientes. El culto tuvo que interrumpirse definitivamente en la iglesia ante el desplome de parte del techo y la proliferación de amenazantes grietas en muros, bóvedas y cúpula. De esta forma, Castrogonzalo perdía temporalmente sus dos parroquias, dado que el otro templo, San Miguel, hacía ya bastantes años que estaba fuera de servicio, utilizándose eventualmente como panera por unos particulares. Un modesto local municipal, acondicionado al efecto, tuvo que cumplir las misiones de altar improvisado durante una larga temporada, haciendo posible el servicio religioso.
Algún tiempo después, tras la realización de diversas obras de reforma por el Obispado de Zamora, pudo volver a utilizarse la iglesia de San Miguel. Fue este el momento en el que se acometió el traslado y restauración del retablo a cargo de la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Castilla y León, trabajos que se prolongaron durante varios meses de los años 1985 y 1986.
Paralelamente, el abandono y el consiguiente proceso de deterioro de Santo Tomás continuaron imparables durante los años siguientes, sin que desde las instituciones se hiciera nada aparentemente para evitarlo, hasta que en torno a marzo de 1992 se tomó la desafortunada decisión de derribarla definitivamente.
Hoy nada queda del edificio, salvo el solar donde estuvo levantado, restos de sus cimientos y las escaleras de acceso al pórtico.

jueves, 3 de septiembre de 2009

San Roque 2009 - 10 miradas

Pascual Madoz, en su Diccionario Geográfico, Estadístico e Histórico, dejó una deliciosa descripción de las principales fiestas celebradas en la villa a mediados del siglo XIX. Sorprenden la riqueza en detalles mostrada por el autor para desarrollar esta entrada, rasgo nada habitual en el resto de la obra:

“En el día de San Roque, que celebran con misa, sermón y novillos, es de costumbre que el ayuntamiento reparta entre sus individuos, cura de la parroquia de Santo Tomás, que es en la que se verifica la función y predicador, una arroba de barbos, otra de truchas y otra de carne de vaca por iguales partes; por la tarde se corren novillos, y por la noche suele haber algún banquete para los elegantes.

Otra costumbre no menos particular se observa en los habitantes de este pueblo, y es, el primer día de Pascua de Resurrección entrega el alcalde el bastón a un mozo, que por tres días ejerce autoridad, limitada a presidir la comitiva que lleva el predicador de Semana Santa cuando sale a pedir la aleluya; a esta comitiva compuesta de todos los concejales, incluso el alcalde y cura párroco más antiguo, se agrega otra compuesta de tantos mozos cuantos son los individuos del ayuntamiento, pidiendo también la aleluya para ellos. No hay vecino, especialmente las mujeres, que no se esfuerce en darles bollos y huevos, con tal abundancia que suelen reunir hasta un centenar de docenas.

Esta abundante provisión se ha de consumir con el agregado de mucho vino, en el baile que se celebra la tarde del mismo día en la plaza pública, acto que preside el alcalde mozo, sentado con otros de su edad en un banco puesto para el efecto. Los mozos eligen entre ellos, en presencia del alcalde y previo su asentimiento, dos o tres cocineros que reducen los huevos a tortillas; estas las reparte el alcalde, sin más instrumento cortante que sus dedos, entre las mozas en los intervalos de cada tanda.

Esta operación va acompañada de sus buenos tragos de vino que anima sobre manera a bailadores y bailadoras. El segundo día de Pascua repite el alcalde con su escolta la vuelta de segunda aleluya, reducida a pedir el coracho, que es un pedazo de tocino y gallinas. Por la tarde se repite el mismo baile, pero sin la adición del día anterior. El coracho y gallina, con otras cosas que agregan, las destinan a obsequiar aquella noche, las destinan a obsequiar aquella, con abundante cena al cura párroco, predicador y concejales, a cuyo obsequio concurren todos los mozos”.
El panorama festivo actual de Castrogonzalo gira en torno a tres grandes acontecimientos:

Fiesta de San Antón o de los Quintos. Se viene celebrando desde tiempo inmemorial anualmente el día 17 de enero, coincidiendo con la festividad de San Antón. Tradicionalmente coincidía con la entrada en quintas de los jóvenes de la localidad. En la actualidad, desaparecido el Servicio Militar, viene a ser un rito de la mayoría de edad de los jóvenes y su presentación en sociedad.
Se trata de unas fiestas de gran raigambre que suelen durar tres días.
Tradicionalmente los quintos se hacían cargo de la organización y de los gastos que la celebración conllevaba. En los últimos años, dada la escasez de mozos por el descenso de la natalidad, se han venido incorporando también las chicas que participan plenamente de los actos. Precisamente esa falta de quintos y quintas, y el deseo de que una fiesta tan típica de la localidad no se pierda, ha aconsejado al Ayuntamiento a colaborar económicamente al sostenimiento y realce de las fiestas.

Son unas fiestas de gran colorido, pues durante estos tres días los quintos y quintas se visten con un atuendo tradicional y se cubren con una capa adornada de cintas bordadas que regalarán posteriormente a sus novias/os y seres más queridos. La actividad más espectacular tiene lugar el día de San Antón. A las 5 de la tarde, una vez que los caballos y quintos/as han sido bendecidos en el pórtico de la iglesia, proceden a correr las cintas con hermosos caballos, de los que abundan en la villa, perfectamente enjaezados. La carrera finaliza cuando alguno de los quintos/as prende la cinta del premio, mucho más larga que las demás y con los colores de la bandera nacional.

La fiesta se completa con la celebración de grandes bailes donde los quintos suelen invitar a chocolate o a sopas de ajo al estilo castreño, ya bien entrada la madrugada.
Fiesta del Señor. Es una fiesta de gran tradición en la localidad, a pesar de contar con un solo día de duración, que en la actualidad coincide con la festividad del Corpus Christi. Esta fiesta ha decaído en los últimos años, al coincidir con el final de la tradicional “Semana del Toro Enmaromado” de Benavente. No obstante, el Ayuntamiento en su afán de mantener las tradiciones, organiza diversas actividades, entre ellas un parque infantil, juegos autóctonos para los mayores y alguna actuación folclórica de música y baile de la tierra, así como una gran verbena. Lógicamente, en cualquier fiesta popular no puede faltar el componente religioso, que se manifiesta en una solemne misa en la parroquia de San Miguel Arcángel.

Fiestas patronales de San Roque.
Estas fiestas son el santo y seña de nuestra villa. El día grande es el 16 de Agosto, pero las celebraciones suelen durar entre cuatro y seis días, teniendo un prestigio absolutamente reconocido en toda la región. Cuentan con el patrocinio del Ayuntamiento y la organización corre a cargo de una Comisión de Fiestas, formada en su mayor parte por jóvenes, con un papel destacado de los quintos de ese año.
De todos es conocida la enorme afición que existe en estas tierras a todos los espectáculos taurinos, en sus diferentes modalidades. De entre ellos merecen destacarse los encierros al estilo tradicional que se celebran en estas fiestas patronales. En estos encierros por el campo se vienen congregando en los últimos años más de 200 caballistas, y gran número de aficionados y curiosos que siguen a cierta distancia la evolución de los toros o vacas. Los astados se sueltan por los campos de cereal y arremeten contra los jinetes, lo que constituye un espectáculo único.

A estos encierros campestres se unen los encierro urbanos, donde se sueltan toros o vaquillas, y se corren por la calle Larga, desde la carretera hasta la Plaza de Toros situada a la orilla del Esla, en un recorrido total de unos 600 metros. También se celebra un Concurso de Cortes, muy popular en varias comunidades autónomas, entre ellas la de Castilla y León. Los participantes, a cuerpo limpio, deben cortar o recortar del modo más artístico posible a los novillos-toros en un tiempo limitado de unos diez minutos. También se celebra una corrida o novillada mixta, en la que al menos están presentes 2 o 3 rejoneadores, pues es enorme el cariño y admiración que en la localidad se siente hacia el caballo.
Si un eje importantísimo de las fiestas patronales en honor a San Roque lo constituyen los toros, el otro no menos importante lo es la música, contando siempre con destacados artistas, tanto en música moderna como en folclórica y tradicional.

No conviene olvidar que las fiestas suelen ser un medio que contribuye a la convivencia y la unión entre los vecinos y visitantes. Buen ejemplo de ello son las sopas de ajo al estilo castreño que elabora la Comisión de Fiestas el día que comienzan las fiestas. Se ofrece también un chocolate uno de los días y una cena de hermandad que se celebra el sábado, con posterioridad al día de San Roque. Normalmente se matan dos vacas o un toro del primer encierro del campo, y se prepara un exquisito guisado de carne acompañado de las ricas patatas producidas en la vega del río Esla, junto con pan , vino y fruta.