En uno de los pasajes más célebres de la Farsalia cuenta Lucano el asombro de Julio César durante su visita al sitio donde había estado la sojuzgada, y luego destruida, ciudad de Troya. El gran poeta hispanorromano, cordobés para más señas, hace exclamar a César: "etiam periere ruinae", ¡hasta las ruinas han perecido! Hoy se hace uso de esta máxima para expresar una desolación total, muy apropiada para el caso sangrante que nos ocupa, que aunque ocurrido ya hace años, sus ecos no deberían apagarse nunca.
La existencia de dos parroquias en Castrogonzalo y, por consiguiente, de dos barrios diferenciados con personalidad propia -el de Arriba y el de Abajo-, es un aspecto indisolublemente ligado a la historia de una localidad cuyos orígenes remiten al proceso de colonización altomedieval.
Ya desde 1157 contamos con referencias que revelan la existencia de templos en la villa dependientes de la mitra astorgana, aunque sin poder precisar su número. En esta fecha la infanta doña Elvira, hija de Alfonso VI, donaba a la catedral de Astorga sus posesiones y derechos en todas sus iglesias de la diócesis, mencionando las villas de Bretó, Castropepe, Castrogonzalo, Lagunadalga, Saludes, Maire, y las situadas en Sanabria, en Ribera y en el Bierzo.
Algunos años más tarde, concretamente en 1225, Alfonso IX concedía al monasterio de Arbás cuantos derechos le pertenecían en las dos iglesias de Castrogonzalo. En principio, nada podemos saber sobre la advocación de cada una de ellas en esta época, pero dada la permanencia en el tiempo de estas denominaciones en la mayor parte de las poblaciones leonesas, podemos suponer, con un margen razonable de error, su identificación con las tradicionales: Santo Tomás y San Miguel. Pero tendremos que esperar hasta el año 1361 para encontrar una mención expresa a la iglesia de Santo Tomás. En este año una escritura de donación de unos vecinos de Castrogonzalo al monasterio de Santa Clara de Benavente situaba unas tierras junto a viñas pertenecientes a esta parroquia.
Ante la ausencia material del objeto de estudio, derribado hace ya algunos años, para reconstruir siquiera someramente las características arquitectónicas del templo es preciso analizar algunas fotografías disponibles y remitirse a los testimonios de los escasos autores que se han ocupado de describirlo.
Ante la ausencia material del objeto de estudio, derribado hace ya algunos años, para reconstruir siquiera someramente las características arquitectónicas del templo es preciso analizar algunas fotografías disponibles y remitirse a los testimonios de los escasos autores que se han ocupado de describirlo.
Así el corresponsal de Madoz la define a mediados del siglo XIX como un edificio "del orden gótico; sus paredes y torre de piedra de cantería y las bóvedas de ladrillo por arista; tiene una sola nave con 150 pies geométricos de largo, 110 de ancho y 62 de altura hasta la bóveda; cuenta cinco altares que nada ofrecen de particular, y celebra dos festividades, una el 21 de diciembre y otra el 16 de agosto en conmemoración de San Roque, patrono del pueblo". Resulta sorprendente que el retablo no llamara la más mínima atención de este autor. Por su parte, Gómez Moreno apenas se ocupa de ella, centrándose únicamente en las tablas. Solamente sentencia que "es moderna y en forma de cruz". En la misma línea David de las Heras la cataloga como de "estilo renacimiento", sin que especifique el significado concreto de este calificativo.
Del análisis de las mencionadas fotografías recopiladas se deduce que aunque la planta y estructura general del templo puede responder, efectivamente, al siglo XVI, durante el siglo XVIII se acometieron importantes reformas que le dieron su aspecto final. Sabemos por una breve anotación recogida en los libros de fábrica, y citada por José Muñoz Miñambres, que en 1798 se construyó la capilla mayor y el crucero.
Del análisis de las mencionadas fotografías recopiladas se deduce que aunque la planta y estructura general del templo puede responder, efectivamente, al siglo XVI, durante el siglo XVIII se acometieron importantes reformas que le dieron su aspecto final. Sabemos por una breve anotación recogida en los libros de fábrica, y citada por José Muñoz Miñambres, que en 1798 se construyó la capilla mayor y el crucero.
El templo tenía una nave única en forma de cruz, cabecera y brazos rectos, y espadaña a los pies. Su fábrica, fruto de diversas fases constructivas, alternaba el tapial, el ladrillo y la sillería. La cubierta era a dos aguas sobre armazón de madera. El crucero se cubría con cúpula semiesférica de factura simple y la nave con bóveda de medio punto con lunetos. La edificación tuvo problemas tradicionalmente por su endeble cimentación y la mala calidad del terreno. El cuerpo inferior de la espadaña fue reparado y reforzado en diversas ocasiones, y a mediados de los años setenta se adosó una galería cubierta al muro sur con la intención de contrarrestar los empujes de la nave.
En cualquier caso, existió en este mismo emplazamiento otro templo anterior de época medieval, sin poder precisar más detalles sobre su factura y cronología. Testimonio de ello es una estela discoidea de carácter funerario reaprovechada en la cimentación y recuperada durante los trabajos de desescombro, fechada según en torno a los siglos XII-XIII. En este momento debe inscribirse también un gran Cristo crucificado de factura románica, en madera policromada, probablemente del siglo XIII.
Durante el siglo XVII hay constancia de varios pagos para la realización de obras artísticas de diversa naturaleza. En esta época en el templo había al menos tres capillas: la de la Natividad de Nuestra Señora, la de San Martín y la de San Juan Bautista. De esta última debe proceder una meritoria imagen del santo que preside actualmente la calle central del retablo. En 1604 se ordena "que se pinte en la Iglesia Parroquial en el paño frontero a la puerta principal, una figura de San Cristóbal muy grande, conforme muestra estar pintada ya". La anterior, probablemente del siglo XVI, debía estar en la línea del gran fresco existente en el lado sur del crucero de la iglesia de Santa María del Azogue de Benavente, o a los de la Catedral de León y la Colegiata de Toro.
En cualquier caso, existió en este mismo emplazamiento otro templo anterior de época medieval, sin poder precisar más detalles sobre su factura y cronología. Testimonio de ello es una estela discoidea de carácter funerario reaprovechada en la cimentación y recuperada durante los trabajos de desescombro, fechada según en torno a los siglos XII-XIII. En este momento debe inscribirse también un gran Cristo crucificado de factura románica, en madera policromada, probablemente del siglo XIII.
Durante el siglo XVII hay constancia de varios pagos para la realización de obras artísticas de diversa naturaleza. En esta época en el templo había al menos tres capillas: la de la Natividad de Nuestra Señora, la de San Martín y la de San Juan Bautista. De esta última debe proceder una meritoria imagen del santo que preside actualmente la calle central del retablo. En 1604 se ordena "que se pinte en la Iglesia Parroquial en el paño frontero a la puerta principal, una figura de San Cristóbal muy grande, conforme muestra estar pintada ya". La anterior, probablemente del siglo XVI, debía estar en la línea del gran fresco existente en el lado sur del crucero de la iglesia de Santa María del Azogue de Benavente, o a los de la Catedral de León y la Colegiata de Toro.
Hay también menciones de diferentes intervenciones en la capilla mayor, pero no se especifica hasta que punto el retablo se vio involucrado en alguna de ellas. Así, sabemos que en 1640 se limpió el altar mayor o que por estos años doró la caja del Santísimo.
Al margen de estas obras, el templo atravesó un momento particularmente delicado, con graves consecuencias para el retablo, en los días inmediatos al 29 de diciembre de 1808, cuando las tropas francesas ocuparon el pueblo y utilizaron la iglesia como establo para sus caballerías. Los acontecimientos se inscriben en la ofensiva de Napoleón en el invierno de ese mismo año contra el ejército británico de Moore, que se replegaba en dirección a La Coruña. Según el elocuente testimonio de su cura párroco, Isidro González Feliz, los franceses irrumpieron en la iglesia e hicieron varias hogueras en su interior: "destrozaron las puertas del Sagrario y alguna otra pieza de retablos, sin dejar en salvo los cajones de la sacristía y el archivo de papeles [...] Últimamente se perdieron dos cálices de plata, un incensario, dos vinajeras con su platillos y las olieras de dicha especie, lo restante que dejaron fue por haberlo custodiado en sitio secreto que los demás. Como el fuego y el humo eran fuertes destrozaron las vidrieras para que saliera desluciendo las bóvedas". La ausencia hoy de las puertas del sagrario, muy probablemente decoradas con relieves en madera policromada como el resto de la obras, es fiel testigo de estos acontecimientos.
El comienzo del final de la pequeña historia de esta iglesia, no exenta de su correspondiente polémica, debe situarse a principios de los años ochenta, momento en el que el progresivo deterioro del templo comenzó a sembrar la inquietud entre los vecinos, conscientes de las posibles consecuencias negativas para la conservación del retablo. Los pormenores de esta “crónica de una muerte anunciada” invitan a hacer una reflexión, una vez más, sobre la precaria situación en la que todavía hoy se encuentra el patrimonio histórico-artístico de buena parte de los núcleos rurales de Castilla y León.
Desgraciadamente, tan negros augurios formulados por vecinos y parroquianos tuvieron su confirmación punto por punto en los meses siguientes. El culto tuvo que interrumpirse definitivamente en la iglesia ante el desplome de parte del techo y la proliferación de amenazantes grietas en muros, bóvedas y cúpula. De esta forma, Castrogonzalo perdía temporalmente sus dos parroquias, dado que el otro templo, San Miguel, hacía ya bastantes años que estaba fuera de servicio, utilizándose eventualmente como panera por unos particulares. Un modesto local municipal, acondicionado al efecto, tuvo que cumplir las misiones de altar improvisado durante una larga temporada, haciendo posible el servicio religioso.
Algún tiempo después, tras la realización de diversas obras de reforma por el Obispado de Zamora, pudo volver a utilizarse la iglesia de San Miguel. Fue este el momento en el que se acometió el traslado y restauración del retablo a cargo de la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Castilla y León, trabajos que se prolongaron durante varios meses de los años 1985 y 1986.
Paralelamente, el abandono y el consiguiente proceso de deterioro de Santo Tomás continuaron imparables durante los años siguientes, sin que desde las instituciones se hiciera nada aparentemente para evitarlo, hasta que en torno a marzo de 1992 se tomó la desafortunada decisión de derribarla definitivamente.
Hoy nada queda del edificio, salvo el solar donde estuvo levantado, restos de sus cimientos y las escaleras de acceso al pórtico.
Al margen de estas obras, el templo atravesó un momento particularmente delicado, con graves consecuencias para el retablo, en los días inmediatos al 29 de diciembre de 1808, cuando las tropas francesas ocuparon el pueblo y utilizaron la iglesia como establo para sus caballerías. Los acontecimientos se inscriben en la ofensiva de Napoleón en el invierno de ese mismo año contra el ejército británico de Moore, que se replegaba en dirección a La Coruña. Según el elocuente testimonio de su cura párroco, Isidro González Feliz, los franceses irrumpieron en la iglesia e hicieron varias hogueras en su interior: "destrozaron las puertas del Sagrario y alguna otra pieza de retablos, sin dejar en salvo los cajones de la sacristía y el archivo de papeles [...] Últimamente se perdieron dos cálices de plata, un incensario, dos vinajeras con su platillos y las olieras de dicha especie, lo restante que dejaron fue por haberlo custodiado en sitio secreto que los demás. Como el fuego y el humo eran fuertes destrozaron las vidrieras para que saliera desluciendo las bóvedas". La ausencia hoy de las puertas del sagrario, muy probablemente decoradas con relieves en madera policromada como el resto de la obras, es fiel testigo de estos acontecimientos.
El comienzo del final de la pequeña historia de esta iglesia, no exenta de su correspondiente polémica, debe situarse a principios de los años ochenta, momento en el que el progresivo deterioro del templo comenzó a sembrar la inquietud entre los vecinos, conscientes de las posibles consecuencias negativas para la conservación del retablo. Los pormenores de esta “crónica de una muerte anunciada” invitan a hacer una reflexión, una vez más, sobre la precaria situación en la que todavía hoy se encuentra el patrimonio histórico-artístico de buena parte de los núcleos rurales de Castilla y León.
Desgraciadamente, tan negros augurios formulados por vecinos y parroquianos tuvieron su confirmación punto por punto en los meses siguientes. El culto tuvo que interrumpirse definitivamente en la iglesia ante el desplome de parte del techo y la proliferación de amenazantes grietas en muros, bóvedas y cúpula. De esta forma, Castrogonzalo perdía temporalmente sus dos parroquias, dado que el otro templo, San Miguel, hacía ya bastantes años que estaba fuera de servicio, utilizándose eventualmente como panera por unos particulares. Un modesto local municipal, acondicionado al efecto, tuvo que cumplir las misiones de altar improvisado durante una larga temporada, haciendo posible el servicio religioso.
Algún tiempo después, tras la realización de diversas obras de reforma por el Obispado de Zamora, pudo volver a utilizarse la iglesia de San Miguel. Fue este el momento en el que se acometió el traslado y restauración del retablo a cargo de la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Castilla y León, trabajos que se prolongaron durante varios meses de los años 1985 y 1986.
Paralelamente, el abandono y el consiguiente proceso de deterioro de Santo Tomás continuaron imparables durante los años siguientes, sin que desde las instituciones se hiciera nada aparentemente para evitarlo, hasta que en torno a marzo de 1992 se tomó la desafortunada decisión de derribarla definitivamente.
Hoy nada queda del edificio, salvo el solar donde estuvo levantado, restos de sus cimientos y las escaleras de acceso al pórtico.
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